Se cuenta muy poco acerca de cómo Venezuela se dejó seducir por la “música moderna” antes de la década de los sesenta. Abundan las historias contradictorias, pero, de cualquier modo, sabemos que las cosas comenzaron a cambiar luego de 1958, cuando cae el dictador Pérez Jiménez y comienza la transición. Los instrumentos electrificados comienzan a llegar al país y la infecciosa escala de blues inicia una invasión paulatina que desafió más de una vez a locutores, periodistas y productores de televisión que se planteaban el siguiente dilema: ¿Cómo abrazar la innovación sin darle la espalda a lo autóctono?
En aquel contexto, no parece fácil la asimilación del influjo foráneo, sin embargo, hay algo más importante a tener en cuenta, y es que antes de la explosión del twist, el surf y el rock and roll, Venezuela ya contaba con un rico espectro estilos musicales y se recibía con brazos abiertos las olas sónicas que llegaban del Caribe: mambo, chachachá, son, guajira, guaracha, merengue, porro, amenizaban, junto a géneros autóctonos como el joropo y el galerón, la vida de los venezolanos de diferentes regiones. Se baila y se goza “de todo” en total armonía. Pero de pronto, con la apertura democrática y la renta petrolera se abren las ventanas al mundo y la transición de los pueblos a ciudades y de las ciudades a urbes modernas se acelera exponencialmente. Así, comienzan a quedar atrás también muchos hábitos y lo tradicional intenta sobrevivir a los tiempos. En el ámbito de la música, afortunadamente, aún era temprano para planteamientos ideológicos y prevaleció un carácter pragmático, por lo que todo el mundo, músicos consagrados, orquestas y nuevas agrupaciones encontraron la mejor solución posible: la síntesis universal. Color de Trópico es un cuidadoso trabajo de curación y reconstrucción de este momento realizada por El Palmas DJ y El Dragón Criollo con 8 joyas escondidas e imposibles, prácticamente no reeditadas, publicadas entre 1966 y 1978 que demuestran el alto nivel de sofisticación que consiguió la música en Venezuela en lo que se refiere a sintetizar un amplio espectro de influencias y estilos para generar algo nuevo; artistas que ponían los ojos en el futuro sin renunciar a la búsqueda de un “sabor” propio, temas que hoy merecen nuestra profunda atención.
A pocos segundos de haber soltado la aguja sobre el vinilo da inicio “El Despertar”, el último de sencillo que lanzaron los Darts antes de su disolución en 1974. En los sesenta llegaron a la cúspide como la cara Pop juvenil junto a Los 007, tal como bien afirma Félix Allueva: “Los Dart fueron la respuesta venezolana al fenómeno Beatles”. Sin embargo, “El Despertar” se asienta en una madurez posterior, luego de haber digerido lo tumultuoso de los tiempos. Comienza una especie de clave en piano que deja pasar al bajo haciendo un recorrido por todo el instrumento hasta que entra la percusión a ritmo chachachá con un piano de bossa nova con algún ornamento bluesero, el contexto caribeño es el telón de fondo para el sabroso mestizaje, un acorde de guitarra eléctrica llega en oleadas, es el recurso que anuncia un cambio de textura. Así comienza el álbum, con una balada pop-rock sobre armonías jazzeras sobre la que se entrama la serenata melódica de las voces (a caballo entre el bolero que languidece y balada a lo Bobby Goldboro que invade). Llega un coro sin voces, un interludio instrumental, como el recuerdo de un rock and roll etéreo que modula y se hace jazz entre séptimas salpicadas de celesta. Al final nos queda una suerte de bubblegum caribeño melancólico, una sonoridad parecida a la que rescatan Los Amigos Invisibles décadas después en algunos temas. A pesar del sonido de la guitarra eléctrica del principio, sorpresivamente es una guitarra acústica la que pone el punto final al tema con gran presencia.
La “Guajira con Arpa” del pionero Hugo Blanco, es una declaración, la fusión llega sin complejos, en la que se acerca a lo más autóctono desde una multitud de elementos diversos. El lugar del bajo lo ocupa su arpa nada más empezar, es ésta la que marca el tumbao hasta que entra la percusión y aparecen un par de trompetas al estilo de un conjunto cubano. El arpa venezolana vuelve a tomar protagonismo en la melodía principal haciendo una figura tan cercana al pajarillo que transforma la canción 180 grados. Blanco pasa a la historia con su amplísimo espectro creador de ritmos y precursor de otros tantos en el país, como el ska. Podemos sentir esta sensibilidad con la presencia de la guitarra eléctrica sincopada sobre una batería que bien podría haber sido la base para el pop-rock más clásico.
Con “Zambo” la fiesta se prende, aquí tenemos un todos estrellas comparable al breve proyecto del maestro Cortijo con su Máquina del tiempo. Alex Rodríguez, uno de los más importante guitarristas de jazz de Venezuela y su Retreta Mayor dan una vuelta de tuerca a la fusión atreviéndose con el latin jazz, el funk y la salsa. Saxos, trompetas y trombón saltan al llamado, se une el cencerro, el piano y la brutal sincronía de bajo y batería. La Retreta asume como propios estos géneros y con ellos una sociedad urbana e impetuosa. Llama la atención el nombre del grupo, ya que la retreta recuerda a la antigua Caracas “de los techos rojos”, antes de su rediseño urbanístico, contrastado con este sonido tan actual.
“Gaita Universal” de El Combo Los Capri, nos da un momento de solaz, recuerda la hermandad cultural, rítmica y hasta espiritual de Venezuela no solo con el Caribe sino con el continente, Sudamérica y la vecina Colombia. Esta cumbia es especial, entreteje frases musicales al estilo de fiesta popular queriendo proponer la permanencia de la cultura, el ritmo es el punto de unión entre todos los seres humanos y, como su nombre lo indica, su propuesta va más allá de lo físico y particular y es puro hedonismo tropical.
Nelson y sus Estrellas nos trae guaguancó al estilo de la salsa originaria con un giro disco-soul en ”Fantasía Latina”. Este tema en su versión original sale a la luz por primera vez en 1966 cuando Nelson González contaba apenas con 19 años y se hizo aconsejar por Luis Arismendi (productor de Hugo Blanco y quien le pone nombre a su grupo). El joven Nelson parece tomar el sonido que maestros precursores como Eddie Palmieri habían desarrollado desde el jazz y que fueron cruciales para la invención de la salsa. Al mismo tiempo, Nelson también se acerca al sonido agresivo y particular de la escena salsera de Cali, lugar que visita y atesora y donde además se encontrará con el maestro Richie Ray. De hecho, Nelson ha sido más reconocido en Colombia que en Venezuela. Esta versión de una de sus canciones triunfales recoge el paso del tiempo por diferentes estilos, los más evidentes el boogaloo y la salsa progresiva de Richie Ray por un lado y por otro un bombo seco y un bajo slap de estilo disco, todo junto crea un colores inauditos y casi un estilo en sí mismo. Esta versión, además, se va construyendo a punta de aún más elementos eclécticos, una estructura climática en el que se suceden una trompeta tocada con vibrato, riffs salsa-rock tocados con guitarras acústicas y una flauta que, al contrario de las charangas en las que insistía Johnny Pacheco, más bien tiene un carácter cinemático, una mezcla bastante inusual que culmina en un hook en versión disco (ya estaba presente en el 66 pero era más cercana al soul y al big band).
La cósmica “Tu y Yo” del grupo Almendra es el clímax del álbum y le corresponde su estatus de single. Un viaje entre soul-jazz y la psicodelia que navega sobre un Moog hasta desembocar en una descarga P-Funk. Nuevamente destacamos el solo de guitarra, que bien podía ser eléctrica pero es electroacústica, lo que le da una particularidad. A lo largo de Color de Trópico vemos que la maestría en la música que revoluciona el mundo tiene grandes representantes en Venezuela y estos no sólo logran un destacado nivel expresivo sino que no dejan de lado sus profundas convicciones en sus decisiones de orquestación, ciertos instrumentos acústicos se siguen conservando, pese a que los protagonistas del tema son, un órgano y un sintetizador Moog que conforme evoluciona el tema acentúan sus timbres más metálicos hasta confundirse con una sección real de vientos. Un viaje psicodélico de principio a fín aderezado con congas, psicodelia tropical.
Tulio Enrique León y su órgano cierran el álbum con la fascinante “Bimbom” de 1975, una versión del Eurodisco “El Bimbo” de Bimbo Jet que inmediatamente se hizo famosa entre las populares orquestas de música instrumental easy listening como canción del verano por toda Europa. Tulio Enrique, también conocido como el “artista del teclado” la convierte en esta enigmática y espectral Cumbia. Tulio era un organista cuya invidencia no le impidió llegar a convertirse en uno de los artistas más populares del mundo según la Billboard del 17 de abril de 1965.
Nos hemos saltado un tema a propósito y cerraremos con él. Color de Trópico nos sumerge en una década clave en la que, partiendo de lo propio, los venezolanos asimilaron una extensa gama de influencias y modernizaron su música con maestría. Como hemos visto, se suceden sin ambages el jazz, el rock, la salsa, el funk, psicodelia, música progresiva y disco, pero también guajira, cumbia e, incluso, el autóctono joropo. La figura del visionario es crucial y, aunque Venezuela cuenta con una larga tradición de pioneros que no siempre han recibido el honor que merecen, dejamos para el cierre el políticamente incorrecto “Socorro, Auxilio” de Germán Fernando. Según cuenta Alfredo Churión “los que lo vieron atestiguaban haber presenciado algo indescriptible”, un misterioso hombre del que se dudaba hasta de su cordura y del que hoy no se sabe prácticamente nada es quien se atreve a mostrar un descaro totalmente desconocido en el país: canta de modo insólito, se mueve frenéticamente y se tira al suelo ante la mirada atónita de los espectadores. Luis Armando Ugeto afirma: “su arte podía pasar de lo sublime al mal gusto –y ser acicateado por la prensa– cuando sometía a los televidentes a canciones extrañas donde gritaba pidiendo auxilio y socorro”. Germán Fernando tenía una propuesta histriónica mil veces incomprendida y que hasta presentadores populares del momento como Renny Ottolina bautizaron como “sus loqueras”. Una tema cercano a la banda sonora con orquesta de jazz entre James Bond y Batman acompañan a esta especie de Screaming Jay Hawkins criollo, es una suerte de premonición de lo que sucedería después: un torbellino de sonido que, cual ágil peso pluma, nos deja un knockout total en la manera que teníamos de entender la música hecha en Venezuela. SM